El paradigma

Resulta curioso observar la indignación con la que la gente recibe noticias sobre casos de corrupción. Y me explico. El título de este post viene a cuenta de lo que tomamos como ejemplo para nuestra vida cotidiana y de lo que resulta que en el fondo nos gustaría.

Entrando más a fondo en el tema, y sin ánimo de que nadie se sienta ofendido, cuando miramos hacia nuestros representantes políticos, tratamos de desmarcarnos de ellos en muchas ocasiones, porque damos a entender que su conducta es absolutamente reprobable y que se han aprovechado miserablemente de su cargo para llenar sus bolsillos o el de sus allegados. Pero de lo que no nos damos cuenta es de que los políticos no son extraterrestres que han venido a ocuparnos ni ciudadanos seleccionados genéticamente para desempeñar esta labor; no son, ni más ni menos que personas de carne y hueso igual que nosotros.

Y ¿Qué quiero decir con esto? Pues sencillamente que, a pesar de que hay de todo en todas partes, son un reflejo de la sociedad a la que representan. Si hay un determinado porcentaje de políticos corruptos, es porque en la vida hay personas corruptas. Pero lo que es aún peor: ¿Por qué se siguen dando estas conductas con tanta frecuencia? Sencillamente porque las aplaudimos.

Puntualizo este último párrafo; cuando digo que las aplaudimos, no tenemos más que irnos a muchos de nuestros pueblos y observar la grandísima autoridad que aún representa "el señor alcalde". Nadie pone en tela de juicio que su ilustrísima persona tiene que poseer la casa más grande y majestuosa del pueblo, el mejor coche, ser el que se sienta en primera fila en la misa de domingo junto a su ejemplar familia e ir perfectamente arreglados con la ropa más cara que allí nadie posee. Y todo esto se ve con total normalidad. De hecho, se aplaude, porque el señor alcalde se merece todo lo mejor.

No dudo que alguien que se dedica a trabajar para los demás deba recibir el reconocimiento de su pueblo, cosa que me parece muy loable, pero digo que, cuando vemos a una autoridad pública vivir claramente mejor que sus conciudadanos, deberíamos, cuando menos, cuestionar el por qué de su alto poder adquisitivo y, cuando menos, desconfiar y pedir explicaciones (que quizás las haya).

Resumiendo contaré una anécdota: en una ocasión hablaba con un italiano y le preguntaba que por qué sus compatriotas seguían votando a quien ha sido uno de sus más importantes presidentes recientes, y su respuesta fue demoledora: "porque a la mayoría de los italianos les gustaría ser como él". Dicho esto, creo que no hace falta explicar más.

 

RMR

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