Relatividad musical

Se han hecho muchas interpretaciones y aproximaciones al mundo cuántico y, algunas de sus fórmulas están aún por demostrar y otras por descubrir. La mayor parte de ellas han sido formuladas por físicos teóricos, esos locos que se dedican a pensar día y noche sobre teorías que los físicos experimentales tienen que llevar a la práctica para ver si son demostrables o no. Sin muchas de esas ideas que en un momento dado podrían ser descabelladas el mundo no habría descubierto cosas increíbles y aún estaríamos tremendamente atrasados. Por eso es tan necesario que la gente piense e imagine sin cortapisas sobrevenidas por el sesgo que nos van proporcionando la vida y la sociedad. Estando a años luz de toda esa gente a nivel intelectual, me atrevo a hacer aquí una pequeña elucubración de esas que no tiene ningún tipo de base científica, pero que puede resultar simpática para comenzar el año.

Sobra reseñar que la mecánica cuántica está presente en cualquier aspecto de la vida, ya que es la parte más pequeña que conforma cualquier elemento del universo y, por tanto, la música no es una excepción. Haciendo un totum revolutum, también me gustaría explicar una teoría según la cual, además de en el encéfalo, la segunda zona del cuerpo humano que tiene más cantidad de neuronas acumuladas es la de las vísceras. Hay quien llega a afirmar que es como si tuviéramos un segundo cerebro en ese área. De ahí la descripción de que una persona es visceral, porque toma las decisiones desde las vísceras en lugar de con la parte más racional del cerebro. Y conectado con esto, vemos que muchas sensaciones asociadas al mundo emocional también se concentran en esta zona -de ahí las mariposas en el estómago o los nervios ante un examen-.

Cuando interpretamos una obra o pieza musical necesitamos una coordinación motora muy importante, así como gran parte de nuestro neocórtex para procesar la información impresa en la partitura, o la música que tengamos memorizada. Para ello se ven implicadas muchas partes de nuestro cerebro, ya que usamos la memoria -visual, espacial, etc.-, tenemos que coordinar la interpretación abstracta que representan los signos musicales -como si de un idioma se tratase-, encajar todo esto con la parte auditiva, al tener que hacerlo coincidir con el tempo y la afinación de nuestros compañeros, el director, o con uno mismo para que sea coherente, y así un largo etcétera de funciones cerebrales que hacen de la práctica instrumental un ejercicio tremendamente complejo, a la par que saludable para nuestro cerebro. Además de esta parte, no podemos olvidar toda la conexión de conocimientos a nivel histórico, estético y analítico, así como los principios físicos de funcionamiento de nuestro instrumento, los cuales necesitamos para realizar una interpretación solvente, todo lo cual implica todavía más regiones cerebrales.

Dicho todo esto, sobra casi decir que, para que la música cumpla su fin último, que es el de transmitir emociones, necesitamos profundizar en cada una de ellas si queremos que se cumpla esta función. Es aquí donde empieza a conectar todo lo expuesto anteriormente. Como hablé en entradas anteriores (4 compasesTempoMúsica y emociones), todas esas cuestiones puramente técnicas que podamos tener interiorizadas, como si de emociones se tratase, nos harán mucho más solventes a nivel interpretativo. Además, ser capaces de sentir cada una de las emociones que el compositor tratase de transmitir en cada momento de la obra, nos resultará una agotadora pero gratificante experiencia que se verá recompensada, tanto a nivel personal, como en la calidad de nuestra ejecución. El público disfrutará mucho más de nuestros conciertos y seremos mucho más fieles a lo que realmente pasaba en el interior de la mente del compositor. Si no conseguimos esto último al cien por cien, al menos el público no saldrá indiferente de nuestro concierto.

Después de toda esta disertación, llega por fin el momento de desvelar mi particular -y descabellada- interpretación de la ley de la Relatividad Musical:


Y claro, os preguntaréis "¡Pero si esa es la fórmula de la relatividad general formulada por Albert Einstein hacia 1915!". Pero claro, se trata de sustituir la energía, la masa y la velocidad de la luz por los siguientes términos:

E = emoción
m = música 
c = cerebro

Por tanto, la emoción o emociones que sentimos o tratamos de transmitir es igual a multiplicar la música, ya sea ésta impresa, memorizada o improvisada, por nuestros "dos cerebros"; el racional que se ocupará de coordinar todas las acciones, y el visceral, que se encargará de toda la parte expresiva. Desde luego, todo esto se puede utilizar igualmente en tercera persona, es decir, como oyente. En este caso no estamos participando en la ejecución, pero ambas facetas de nuestro "cableado" neuronal se estarán viendo implicadas, sobre todo si el intérprete hace lo propio. Por todo ello, os animo a pensar sobre esta idea tan loca para que seáis más conscientes de la experiencia musical y sobre todo que sea mucho más intensa.

¡¡¡FELIZ 2020!!!

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