Envidia sana

Hoy es un día plácido, de esos en los que dedicas la mañana a hacer esas tareas organizativas típicas del inicio de curso y a poner algún que otro asunto en orden, amén de bucear un poco por la normativa educativa. La tarde, después de la oportuna siesta, es ocupada por una intensa sesión de estudio como viene siendo habitual. Al finalizar, aprovechando la buena temperatura y el agradable sol, a pesar de una velocidad del viento algo molesta -serán los ecos de los destructivos huracanes que asolan estos días el Golfo de México-, aprovecho para dar un paseo que se acaba alargando hasta llegar a una derruída ermita no tan cercana a mi pueblo. 



En mi camino me encuentro con un rebaño de ovejas, cosa bastante habitual cuando recorres esta zona, y no puedo evitar fijarme en el pastor y sentir una cierta envidia de él. Es algo que me ocurre siempre que contemplo esa estampa. Me hace pensar en el tipo de vida que llevamos las personas hoy en día y cómo vivían nuestros ancestros cercanos. Han cambiado muchas cosas, pero todavía existen esos reductos de libertad relativa y, sobre todo, una forma de hacer las cosas con una calma a la que no estamos acostumbrados. Esa envidia que siento la provoca el pensar que se puede vivir con otro tipo de preocupaciones no relacionadas con el conseguir cada día algo mejor, ser más en la vida. 

Obviamente, no quiero decir que alguien que se dedica a las tareas del campo o a la ganadería viva sin tener que estar pendiente de mil cosas; más bien, que se preocupan de cosas quizás más importantes y que, como en ocasiones no dependen directamente de ellos, no hay mucho que puedan hacer más que gestionar los acontecimientos, sean estos un ataque de lobo, la falta de hierba para el pasto del ganado, inclemencias meteorológicas y un sinfín de eventualidades que pueden facilitar o dificultar su labor. Seguramente estén al día -gracias a la amplia inmersión tecnológica- y también les preocupe el tema catalán, la guerra de Yemen o los 40.000 millones de euros que los bancos nos han birlado a todos los españoles (incluidos ellos); tal vez estén preocupados por la mala gestión de los fichajes del Barça, los dos empates en tres partidos del Real Madrid o que el coche de Fernando Alonso sigue sin funcionar. La cuestión es que su vida probablemente sea mucho más sencilla que la nuestra, y ahí radica el aprendizaje que podemos extraer; podemos simplificar nuestro modo de vivir y, sobre todo, hacer y ver las cosas de manera menos complicada y acelerada.

También me dio por observar cómo el pastor, a modo de director, con unas cuantas voces y unas certeras instrucciones a su perro, que es como si fuera su concertino, es capaz de dirigir esa enorme orquesta para conducirla hacia donde estima oportuno. Aunque algún viola, fagotista o incluso algún percusionista echa a correr porque está a punto de perder el tempo, pero al final ningún instrumentista se queda rezagado. Esa sabiduría y ese buen hacer son fruto de años de experiencia que no figura en ningún tipo de titulación ni se estudia en ninguna universidad que no sea la de la vida. Pienso también en aquellos pastores que por diversas tierras castellanas se dedicaban a tocar con gran maestría la flauta de tres agujeros o gaita charra, también conocida como flauta pastoril, precisamente porque solían ser ellos quienes la tocaban. Las largas horas a la intemperie se hacían más llevaderas practicando ese sencillo instrumento, y quizás sumaban más horas de las que hacemos habitualmente los músicos profesionales. Lástima que hoy en día esta tradición esté en desuso también en parte por la cuestión tecnológica.

En definitiva, no se trata de anhelar una vez más aquello que no tenemos; simplemente es reflexionar sobre otro tipo de vida y otras formas de mirar el mundo en el que vivimos y sobre todo, experimentar de manera diferente lo que nos rodea. Ojalá todos pudiéramos vivir distintas realidades, como ocurre en una película que vi ayer mismo que se titula Coherence. Es probable que haya un multiverso en el que los pastores son altos ejecutivos y los lobos de Wall Street se dedican a arar la tierra, pero no podemos experimentar más que la realidad que tenemos frente a nuestros ojos, y sólo observando a nuestro alrededor podemos viajar mentalmente a otras vidas. Además, este tipo de experiencia ayuda a poner en valor la labor de todas las personas y seres vivos que habitan nuestro planeta, ya que, aunque consideremos -erróneamente- que nuestra presencia es tremendamente importante, seguramente sin la de personas como esos pastores no podríamos disfrutar de parte de los placeres que la vida nos brinda. Y para despedirme, os dejo una imagen de la que esos cuidadores de rebaños disfrutan mucho más que los que vivimos vidas frenéticas.



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