A veces

A veces escribiría todo. Ojalá tuviera las palabras para hacerlo. Desearía conocer todo el diccionario, en todas las lenguas, todas las palabras, vocablos y expresiones, porque sólo así encontraría la manera de expresar todo aquello que me inunda, que llena mi interior. Las palabras no son más que hojas muertas en el otoño en las que se puede leer la historia del árbol, pero nunca podrán expresar los secretos más íntimos, porque ya no forman parte de él. En un vano intento por poner en orden lo que me mueve por dentro escribo, tratando de plasmar en el papel lo que es intangible, con la esperanza de que la verbalización encaje las piezas de un puzle emocional sin solución.

A veces escribo sobre cosas compresibles, tangibles, actuales, porque quiero que los demás me entiendan, pero me pierdo en vagos intentos por expresar una opinión, y me quedo en la superficie, sujeta a interpretaciones. No es fácil exteriorizar un mundo mucho más rico de lo que puedo llegar a imaginar. Uno mismo se pone sesgos, porque quiere que le conozcan y no le juzguen. Pero ¿Y si me arriesgo a escribir de manera automática, dejando que salga todo tal cual? Sí, es cierto, seguiré sin encontrar las palabras adecuadas.

A veces una mirada, un gesto, contacto físico, incluso una palabra aparentemente vacía, hacen que todo mi mundo dé un vuelco ¿Qué puedo hacer? Únicamente disfrutar de las inexpresables emociones que me estremecen. Porque sería francamente difícil vivir sin esas dosis de adrenalina que me proporcionan esos momentos. No podría obviar esos pequeños detalles que la vida me brinda y que son señales para demostrarme lo mucho que merece la pena estar aquí. Quien está en frente y me proporciona esos gestos no sabe lo que provocan dentro de mí. Si lo supiera, quién sabe si los utilizaría con más intensidad o trataría de contenerlos, pero me estaría privando de emociones indescriptibles.

A veces me siento tremendamente agradecido de sentir que puedo ver más allá de las expresiones superfluas y amaneradas. Cuando en la mirada de alguien leo algo diferente a lo que trata de expresarme, la desazón se adueña de mi, pero no sufro, porque vislumbro la verdad. Conocer la verdad me provoca dolor, pero me libera. No existe la liberación sin el dolor de la certidumbre, y fuera de la caverna me siento inseguro, pero cómodo. Cómodo porque quiero sentirme vivo, auténtico, único, y sólo puedo conseguirlo si busco las emociones que la verdad me proporciona. No soportaría vivir en una mentira tranquila, sin sobresaltos, sin expectativas. Nunca encontraré la verdad, pero disfrutaré del camino en su búsqueda y seré feliz.

Porque siempre, a pesar de todo, mantengo la esperanza de que al final de mis días miraré hacia atrás y estaré orgulloso de lo vivido. Jamás habré dejado de buscar. Cada momento me enseñará algo nuevo, pero me hará dudar de otra cosa más. Cuanto más cerca esté de la cumbre más habré ascendido, pero más amplio será mi horizonte. No me desanimaré y el cada vez más inmenso mar de dudas me hará más sabio, porque sabré mucho más acerca de mi ignorancia. Y seguiré buscando esas miradas profundas que me transmiten mucho más conocimiento que todos los libros escritos del mundo, porque esa mirada es la que reaviva mi llama interior y hace que mis entrañas sigan ardiendo. Es la esperanza eterna de encontrar el conocimiento que te hará alcanzar la iluminación y que, ojalá, me mantenga muchos años en la infinita búsqueda.

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