Predisposición genética

Leyendo y escuchando últimamente a algunos expertos en genética y neuro-ciencia, explicaban una cosa curiosa basada en una concepción anticuada, presumíblemente errónea y anclada en la cultura popular. La cuestión se centra en el tema de si nacemos con ciertas predisposiciones genéticas para desarrollar enfermedades, tanto a nivel físico como mental, lo cual implica que ciertos comportamientos pueden venir grabados en nuestro código genético. Lo que vienen a decir es que, sin menospreciar que la herencia tenga un papel importante en nuestro futuro, nuestra experiencia y desarrollo individual influirán mucho más en el transcurso de nuestra vida, ya que se da por hecho que la plasticidad del cerebro es casi un hecho consumado. 

Por tanto, como reconoce Eduard Punset en varios de sus libros y expone en algunas de sus conferencias, estamos programados, pero para ser únicos, muy al contrario de lo que nos habían dicho hasta ahora. Y creo que esto es una muy buena noticia y en cierto modo una llamada al optimismo. ¿Por qué? Pues muy sencillo; Nos habíamos preocupado mucho por el destino o por el devenir de los acontecimientos, por aquello que supuestamente algún ente superior nos tenía reservado. Por muchos esfuerzos que yo haga, si en mi código genético está escrito que tendré un cáncer, o que seré un psicópata despiadado, no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo. Interpretando -espero que con acierto- lo que dicen estos divulgadores, no puede haber una falacia mayor.

Cuando en los genes de una individuo hay algo escrito, además de ello, es necesario que se produzca una serie de acontecimientos que contribuyan al desarrollo de la "conducta patógena", por lo cual, si alguien con predisposición a desarrollar conductas anti-sociales se educa en un entorno que fomente su empatía y su capacidad para relacionarse con los demás, será bastante más complicado que en un futuro se manifiesten estos síntomas. Esta teoría abre un mundo de esperanzas, a la vez que nos plantea grandes retos. Es posible que si desde que un niño está en el vientre de la madre hasta que cumple la mayoría de edad, y fundamentalmente en sus primeras años, incluso meses de vida, trabajamos a fondo para canalizar el aprendizaje por la vías adecuadas, es muy probable que en la edad adulta podamos gozar de una personalidad mucho más rica y colaborativa.

Además de todo lo anterior, me planteo otra reflexión paralela. Y no es otra que, si podemos ayudar al desarrollo del cerebro de un niño, dicha plasticidad no desaparece de golpe, sino que se mantiene durante toda la vida, aunque su ritmo de crecimiento disminuya. Lo que quiero decir con esto, es que no debemos desdeñar la posibilidad de seguir trabajando para fortalecer nuestras habilidades y, lo que es más importante, para ser dueños de nuestra propia vida. No vale conformarse con lo que nos ocurre y lo que nos rodea. Podemos hacer mucho por cambiar nuestro entorno, y eso parte por cambiarnos a nosotros mismos. Requiere un esfuerzo diario, sí, y no es fácil, pero la recompensa será muy grata a largo plazo.

La reflexión final que puedo hacer al respecto no puede ser más optimista. Después de darnos cuenta de que existe la posibilidad de trabajar con nuestra mente, por fin entendemos que realmente podemos tomar las riendas de nuestra vida. Las circunstancias y experiencias que tuvimos durante nuestra infancia marcarán profundamente nuestro futuro, pero también podemos trabajar en la madurez para que nuestro cerebro no se anquilose y nos pasemos 3/4 partes de nuestra vida lamentándonos de las circunstancias que nos ha tocado vivir, de lo que venía en mi genética y de lo malo que es el destino. Si tengo en mis genes que sufriré cáncer, pero no fumo y llevo una vida saludable, probablemente tardaré bastante más en desarrollar la enfermedad. Por lo tanto, seamos dueños de nuestras vidas y trabajemos con nuestra mente para ser cada día un poco mejores y así comprender mejor el mundo.

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