Costumbres

 A veces ocurren pequeñas casualidades o circunstancias que hacen coincidir hechos de manera no prevista, lo cual da lugar a lo que en algunos ámbitos se podría llamar serendipia, pero desde luego, descubren cosas insospechadas que en ocasiones hacen reflexionar sobre algunos temas.

Hace unos días, esperando mientras se demoraban en la entrega de un encargo, me entretuve mirando libros y fui a topar con la publicación de Pilar Serrano Betored María de Pablos: el sueño truncado, en el que hace un análisis de la vida y obra de la compositora segoviana. Quiso la casualidad que en esos días, aprovechando el descanso estival, me encontrase leyendo Unorthodox, de Deborah Feldman, donde la autora relata su propia historia dentro de una comunidad judía ultraortodoxa de Nueva York. No he podido evitar la tentación de leer simultáneamente ambas publicaciones, así como tampoco he podido evitar compararlas, entre otras cosas, por no ser historias ficticias, sino reales, de dos mujeres que experimentaron en sus propias carnes los excesos de mentalidades tremendamente ancladas en la costumbre.

Durante la lectura, si hacemos un ejercicio de empatía hacia las protagonistas, sentimos un escalofrío en diversos momentos, así como una tremenda congoja durante toda la lectura. A quienes creemos vivir con la libertad que nos permite el hecho de pensar y decidir por nosotros mismos, nos cuesta mucho imaginarnos vivir amordazados por un sistema familiar y social que no nos permita desplegar nuestras alas y volar para conseguir aquello que nos propongamos y, sobre todo, nos imponga la manera de vivir. 


María de Pablos, como mujer adelantada a su tiempo, vivió siempre a caballo entre la libertad que había en su cabeza, ya no sólo en el plano compositivo, sino en soñar con poder ampliar su mundo personal y artístico. Sufría una tremenda dualidad entre estas aspiraciones y el tener siempre un ancla en una sociedad patriarcal en la cual se vio obligada a obtener una plaza de funcionaria "auxiliar femenino" en Correos. Ya de por sí, que existiera una plaza con ese nombre dice mucho del tipo de mentalidad con la que le tocó luchar y hasta preparar una doble carrera en la que cumpliera con las expectativas que se tenían sobre cualquier mujer de la época y su carrera como compositora. Más sangrante aún es la opacidad que gira en torno a su figura, auspiciada por su propia familia, como si fuera una vergüenza saber todos los detalles de su vida. Como reconoce Serrano Betored, nunca llegaremos a saber si la enfermedad mental que la apartó de la composición -y de la vida misma- pudo ser consecuencia de tener que vivir en esa dualidad, pero lo que es un hecho es que todas estas circunstancias la condenaron al ostracismo. Hasta ahora, momento en el que algunas personas están luchando por ensalzar su figura y darla a conocer.

Deborah Feldman, por su parte, ya desde pequeñita se mostró muy poco convencida de las ideas que reinaban en su entorno familiar. Vivió una vida también en una dualidad constante entre intentar cumplir con los preceptos que imponía su comunidad y sus ansias de libertad -sobre todo de pensamiento-. Cada detalle que iba aprendiendo a lo largo de su vida sobre cómo debía vivirla le generaba una dicotomía entre sus anhelos y los de las personas que la rodeaban. A pesar de haber dado pasos en la línea de cumplir con los mandatos de sus costumbres, le costaba enormemente asumir que estos ni siquiera tuvieran lógica. Es por ello que a lo largo de su vida se van produciendo una serie de epifanías que le demuestran que lo que supuestamente está obligada a cumplir tiene una alternativa y luchará hasta conseguir ser libre, a pesar de arriesgarse a ser repudiada por los suyos y, al igual que María de Pablos, ser condenada también al ostracismo.

La reflexión que me suscita todo esto, tal y como he hablado en otras ocasiones y reflejo en algunas otras entradas de este blog (EncajarPersonas), no puedo explicarme cuál es la ventaja que sacan algunos seres humanos de la desigualdad. Es cierto que quien promueve ciertos privilegios a costa de otras personas obtendrá beneficios, pero éstos siempre serán a corto plazo y, no sólo no benefician a la gran mayoría, sino que le terminarán perjudicando incluso a quien los promueve. En un artículo de Fernando Valladares (Claves para enfrentar el cambio climático: Reducir la desigualdad y decrecer) en The Conversation deja patente cómo la desigualdad puede acabar incluso con la especie humana. 

Por tanto, huyamos de los negacionismos de las desigualdades (entre otros), conozcamos las historias de personas y colectivos que han sufrido -o sufren- discriminación, sea por cualquier razón de sexo, raza, religión, etc., y apoyémonos en ellos para fomentar una igualdad real entre todas y todos. Y no sólo eso: fomentemos a su vez el espíritu crítico y que cada persona tenga la libertad para elegir cómo quiere vivir su vida, eso sí, con toda la información posible. No permitamos que nadie imponga una manera de vivir o pensar ya que, a la larga, acabaremos perdiendo como sociedad la gran oportunidad que nos daría como especie que cada uno aporte su propia perspectiva sin estar anclado a los cánones que imponen ciertos colectivos para seguir gozando de privilegios a corto plazo basados, precisamente, en la desigualdad que implican dichas imposiciones.

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