Muros

Esta semana se cumplía al 30 aniversario de la caída del muro de Berlín. Multitud de noticias y reportajes recordaban la caída del llamado telón de acero que separaba dos mundos completamente diferentes y que, aunque no siempre de manera física, separaba dos formas de vivir en sociedad tremendamente antagónicas. En esta especie de ministerio del tiempo en el que recordamos hechos que nos parecen inverosímiles hoy en día, solemos olvidar mirar a nuestro presente y hacer la comparación en la que con demasiada frecuencia salimos claramente perdiendo. Esta especie de autocrítica comparativa es la que nos debería hacer reflexionar sobre lo que los hechos que conmemoramos representan y también nos tendría que impulsar hacia la construcción de un mundo mejor a través del aprendizaje de nuestros propios errores.

Y digo todo esto porque, en algunas de esas noticias y/o reportajes, a renglón seguido se explicaba que el número de muros similares al de Berlín se había multiplicado por tres en el mundo ¿Os dais cuenta de lo que eso significa? Aunque quisiéramos anclar este dato al hecho de que la población mundial ha aumentado significativamente en estos años, no sería excusa. Más aún teniendo en cuenta que, cuando hablamos de la caída de 1989 lo hacemos como si de un error del pasado se tratase y hubiésemos pasado esa página con solvencia. Si observamos la realidad actual hemos empeorado significativamente en ese aspecto. Y lo que es más grave es que, algunas de las personas que sufrieron aquel error histórico son los precursores de nuevos muros ¿Por qué no somos capaces de aprender? ¿Realmente estamos condenados a repetir la historia cíclicamente?

Hay una cuestión a la que le he dado vueltas durante mucho tiempo. Si los ricos piensan solo en su riqueza, sin tener en cuenta la manera de conseguirla, no son conscientes de que están provocando la caída de su propio emporio. Con esto pienso en la ética que rodea al proceso de enriquecimiento de muchos países o empresas. Además de que, para que se produzca esa mejora en los datos -principalmente macroeconómicos- se lo tenemos que quitar a otros, no se percibe el riesgo inherente a ese sistema extractivista basado en el empobrecimiento del otro. Cuando la riqueza se concentra en pocas manos, inevitablemente los poseedores de tan altos capitales se verán rodeados cada vez de más personas que no tienen los medios suficientes para subsistir. Cuando esto ocurre se producirá una situación motivada principalmente por la frustración y, cómo no, por el instinto de supervivencia. 

Es en ese momento en el que el rico se siente amenazado ¿Qué hace? Construir un muro que proteja su fortaleza y lo rodea de guardias -a menudo también empobrecidos- y de todo tipo de medidas de seguridad para que la masa de pobres que no tienen qué llevarse a la boca no molesten la placidez de su vida llena de banalidades propias de un millonario. Esto es algo que ocurre en algunas de las grandes urbes, sobre todo, de países supuestamente emergentes donde los barrios de nuevos ricos limitan con barrios chabolistas de gente que trabaja en condiciones infrahumanas para mantener la riqueza de sus "afortunados" vecinos. Si lo llevamos a una escala superior, es algo similar a lo que ocurre con Estados Unidos respecto a México y toda América Latina; España y Europa respecto a África. Y en otra liga completamente diferente, Israel con los territorios palestinos, donde parece imposible que la supervivencia de un pueblo pueda ir aparejada a la de los habitantes nativos de la tierra que te acogió cuando alguien cometió contigo el mismo error que ahora tú estás cometiendo.

Como escuchaba esta tarde decir a Emilio Duró, "me resulta muy difícil ser feliz cuando la gente que me rodea no lo es" (Os dejo aquí otra entrada que escribí hace años, Egoísmo y altruísmo) . En las aspiraciones innatas de todo ser humano está ayudarnos los unos a los otros, más que nada porque es mucho más fácil disfrutar de la vida cuando los que te rodean también lo hacen. Construir muros para separarme del que es diferente a mí o no piensa como yo no hace sino empobrecerme y hacer de nuestra especie y nuestro planeta un lugar más inhóspito, más aún cuando deberíamos afrontar problemas como el cambio climático como especie, en conjunto, ya que todas y todos nos jugamos muchísimo. Si no empezamos a pensar en común cómo afrontar éste y otros muchos retos por estar centrados en cómo protegerme del "contrario", ni él ni nosotros tendremos mucho futuro en este planeta, y con ese horizonte a la vista, ya nada merecerá la pena. Por tanto, dejemos de construir muros, derribemos los que hay y construyamos puentes que nos unan y nos hagan por fin garantizar la supervivencia de la especie humana, que es el gran reto que los debates estériles -y la altura de los muros- no nos deja ver.


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