Notre Dame

Sí, lo reconozco, todo lo que hoy voy a escribir aquí es fruto de la rabia y de la impotencia y es posible que el texto esté salpicado de especulaciones e inexactitudes, pero no puedo ocultar la tremenda frustración que hoy he sentido al escuchar, porque me he negado a ver, las imágenes de la catedral de Notre Dame en llamas al borde de su completa destrucción. Por ello, tampoco me recrearé poniendo aquí ninguna de esas imágenes y vídeos que ya circulan por todas las redes sociales como si de un meme se tratase y que lo único que consiguen es que nos anestesiemos ante la desgracia y no nos importe la verdadera tragedia.

Y la verdadera tragedia es precisamente que no nos importa. Escuchando la radio u ojeando Twitter solo veo lamentos. Vale, seguramente es lo que toca en estos momentos, pero vuelve a ser una vez más la escenificación de la impotencia y la indefensión a la que nos conduce la situación social y política actual. Mañana se les llenará la boca a muchos con el "que no vuelva a suceder". Pero ¿Cuántas veces ya hemos escuchado eso? Todo son parches, burocracia y miles de gestos inútiles que nunca evitan nuevas tragedias. Lo que si es una realidad es que cada vez le damos menos importancia a nuestra identidad -y a la de los demás-, a la vez que vamos perdiendo interés en mantenerla.

No hace falta ser creyente en ninguna religión para darse cuenta de que un monumento de tales características no es sino una demostración de nuestra propia evolución y genialidad como especie. Si mañana aterrizaran aquí unos extraterrestres y vieran las maravillosas construcciones que hemos creado durante siglos alucinarían, sobre todo teniendo en cuenta las tecnologías disponibles en cada época. Obviamente los que vivimos en Segovia y disfrutamos de un acueducto de 2000 años sabemos de lo que hablamos. Pero a menudo parece haber gente no demasiado dispuesta a conservar este tipo de patrimonio. No hace falta recordar que en ciudades como Zamora se derribó parte de la muralla romana para expandir la ciudad. O en otras latitudes, lo que unos fanáticos descerebrados hicieron con la ciudad de Palmira, en Siria, donde precisamente se buscaba destruir los vestigios de otra civilización para que no se pudiera conocer la historia y, por tanto, contarla a su manera.

Por un lado, achaco toda esta tremenda incultura al creciente interés por desterrar las artes del currículo obligatorio de la educación. Los músicos lo sufrimos especialmente al ver cómo ciertos tipos de música son tremendamente valorados frente a increíbles obras de arte. Nos extraña descubrir que unos vándalos orinan o hacen pintadas en monumentos de incalculable valor, pero esos pobres desgraciados han salido de nuestro sistema educativo y conviven con los valores imperantes en la sociedad ¿Quién te dice que uno de ellos, en su búsqueda de su lícito sustento, no se dedica el día de mañana a trabajar para una empresa de construcción que resulte ganadora de un concurso para la restauración de un edificio histórico de incalculable valor? Y aquí es donde está mi sospecha, ya que no es la primera vez que ocurre -véase el Teatro Liceo de Barcelona como ejemplo-. Los "Manolo y Benito" pueden estar en cualquier sitio y, como no son supervisados adecuadamente, a menudo en su ignorancia acaban destruyendo nuestra propia historia con su ineptitud.

Para finalizar, me gustaría recordar una pequeña anécdota. En una ocasión, interpretando una ópera en el Teatro Calderón de Valladolid, uno de los personajes principales tenía que salir tocando un crótalo afinado -instrumento nada barato, por cierto-. El jefe de escena consideró que, para dar más libertad de movimientos al personaje, sería conveniente que lo llevase colgado al cuello. Pues un operario, ni corto ni perezoso, agarró su taladro y le asestó sendos orificios al crótalo. Sí, la escena quedó preciosa, pero se cargó un instrumento que, por supuesto, luego no pagó. Y ese es el gran problema, que con demasiada frecuencia nadie paga por su tremenda ignorancia. Lo más triste es que hay quien nos quiere así de ignorantes. Que tengamos tan poca conciencia del valor de nuestro patrimonio cultural, ya sea material como intangible, es lo que nos hace vulnerables y tremendamente pobres. Por tanto, que se busque el origen del problema, que se castigue al culpable si lo hay y que jamás volvamos a dejar que la ignorancia destruya lo que nos ha costado millones de años construir.

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