Frustraciones

Después de una temporada de sequía creativa, llevaba tiempo observando la realidad y pensando en escribir sobre un tema que me ronda constantemente la cabeza. En mi faceta de docente me veo obligado a lidiar con ello a menudo y puedo asegurar que no es un tema nada fácil. Me refiero a la frustración. Creo que es una emoción, un estado, una conclusión o como cada uno quiera identificarlo al que hoy en día es bastante común llegar. Si observáis a vuestro alrededor, hay montones de conductas, en muchas ocasiones inexplicables, a las que no es fácil darle una explicación sencilla. Por supuesto, no se trata de simplificar etiquetando, como erróneamente se hace con demasiada frecuencia, sino de buscar una raíz profunda del problema que nos ayude a comprender. Muchas de esas conductas están motivadas por la sensación de que no hemos conseguido -o la persona que se comporta de manera errática- aquello por lo que hemos luchado o lo que creemos que la vida nos debe.

Ese sentimiento de frustración en muchas ocasiones viene generado por lo que expongo anteriormente, pero con frecuencia viene motivado por las altas expectativas que nosotros mismos nos creamos. Pero, un momento: ¿Nos las creamos nosotros mismos? ¿Las crea nuestro entorno? ¿Las crea la propia sociedad y sus medios de comunicación? Es una difícil explicación y, como todas las cuestiones complejas, es un cúmulo de circunstancias. Desgranando un poco el asunto, la sociedad de hoy en día espera mucho de nosotros, y en parte nos obliga a exigirnos mucho. Se cree que la felicidad reside en generar una necesidad de conseguir cada día un poquito más. Pero inmediatamente nos exige que no nos conformemos, que nunca abandonemos la zona de confort y sigamos en la búsqueda. Por supuesto esto es algo muy importante, y cierto es que la felicidad muchas veces se halla en el camino y no en la meta, pero sin una meta no hay camino. La cuestión está en ¿Cuál es esa meta? ¿Es realmente alcanzable? Os dejo a continuación un vídeo interesante:



Me parece una reflexión muy interesante y este efecto tan estudiado y explotado puede resultar increíble. También os dejo el artículo de la Wikipedia que habla de él por si queréis profundizar en el tema:


El problema reside en dos pilares básicos. Por un lado ¿Qué ocurre si no conseguimos aquel objetivo que nos planteamos? y no menos importante ¿Qué pasaría si todo el mundo se plantease lo mismo? La primera de las cuestiones nos genera un conflicto interno, ya que no todos tenemos esas capacidades físicas y/o intelectuales para conseguir según qué cosas. Yo me puedo plantear tener el cerebro de Stephen Hawking y la capacidad física de Usain Bolt, junto a las habilidades de Messi o Fernando Alonso, pero nací con mi cerebro y mi cuerpo, y por mucho que trabaje jamás podré alcanzar tales cotas de excelencia. Ya sé que este punto de vista puede parecer derrotista, pero si uno aplica un principio realista, probablemente evite en gran medida esa sensación de frustración de la que hablo. Trabaja, sí, mucho, con determinación hacia tus metas, pero nunca pierdas de vista lo que realmente eres.

A la otra pregunta siempre planteo un conflicto con carácter más ético ¿Qué pasa si todos nos fijamos en gente como Amancio Ortega? Uno de los problemas básicos es que no todos podemos ser él, porque entonces sería un contrasentido. Imaginaos que todos y cada uno de los trabajadores que trabajan para Inditex, precisamente por un espíritu de prosperar en la vida, exigieran condiciones de trabajo realmente dignas y tratasen de llegar al nivel de vida de su jefe. Su sistema sería simplemente insostenible. De ahí emana el conflicto ético y eso me lleva a pensar que es francamente difícil conseguir llegar a "lo más alto" respetando las normas más elementales de convivencia. Amén de que sería físicamente imposible que en la tierra hubiera 7.442.000.000 personas (población mundial en 2016) que quisieran amasar esas ingentes fortunas. Quizás este planteamiento sea posible cuando los robots puedan trabajar por nosotros, pero en la actualidad no es viable.

Por tanto, considero fundamental alejar, sobre todo a los más jóvenes, de toda esa publicidad que hasta ha llegado a convertirse en institucional a través de asignaturas como iniciativa emprendedora y empresarial que nos lleva a caer en el engaño de pensar que somos lo que no somos -si todos fuéramos empresarios ¿Quiénes serían los trabajadores?-. Esa inmensa campaña de marketing nos obliga a comprar todo tipo de productos, ya sean móviles de última generación, cremas para todo tipo de imperfecciones físicas, complementos vitamínicos y un largo etcétera de productos y servicios que "mejorarán nuestras capacidades y posición social" con el fin de creernos mejores de lo que somos y, lo que es peor, mejores que los demás. Una buena manera de evitar vivir en la frustración es no creer en los milagros y en las falsas promesas de una vida mejor, a veces también representadas en proyectos políticos de dudosa viabilidad (sobre todo cuando estos pretenden aislar a una pequeña porción de la población que "se cree mejor"), pero que a menudo son utilizados por quien ya gobierna nuestro mundo para aprovecharse de esa frustración y demostrar que estamos fantásticamente y es mejor no cambiar nada. Hay que luchar, sí, pero sin olvidar de dónde venimos ni lo que somos, y no permitir jamás que la frustración nos lleve a echar la culpa a otros de lo que no hemos sabido gestionar internamente porque nos hemos dejado engañar imaginando una vida mejor.

Por último, os dejo un artículo que me hizo pensar mucho en si las metas se deben perseguir a cualquier precio o si nuestra dignidad siempre debe estar por encima de los logros que pretendamos conseguir.

Me prostituí para poder hacer prácticas no remuneradas en periodismo

RMR

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