Pragmatismo político

En estos días en los que parece que estamos abocados a elecciones continuas, campañas infinitas y enfrentamiento total, no estaría de más tratar de serenar nuestro espíritu, sosegar los ánimos y pararnos a reflexionar un poco sobre el sentido de todo esto. Cuando se hace alusión a este tema todo parece muy obvio; estamos de acuerdo en que los políticos deben consensuar y buscar puntos en común, pero en nuestra vida diaria nosotros tampoco somos capaces de tal cosa. Nuestras ideas deben prevalecer por encima de las del vecino, amigo o compañero, porque claramente él está equivocado y nosotros, aunque las dudas nos invadan internamente, estamos siempre en posesión de algún tipo de verdad absoluta basada en nuestra sabiduría natural y en montones de teorías y tesis leídas u observadas en libros, prensa, radio o televisión, además de nuestra concienzuda y neutral observación de la vida y los comportamientos humanos.

Obviamente en el párrafo anterior estoy aplicando algo de sarcasmo y demagogia. Cuando nos encontramos en la posición descrita, entre otras cosas, estamos pecando de una falta de empatía bastante acusada. Estemos en el lado que estemos siempre deberíamos tratar de ponernos en el lugar del otro y sólo así podríamos acercarnos al entendimiento de su postura. Es lógico que cada uno piense que su visión de la vida es la más ajustada a la realidad, porque esa es la vivencia que uno tiene y lo que ve a su alrededor. Sería demagógico acusar a alguien de no entender una realidad que no tiene a su alcance. En cualquier caso, no estaría de más tratar de leer, ver, escuchar y observar otras realidades para, al menos, tratar de entender que el mundo no es tal y como uno se imagina. Amén de poner en cuestión incluso los planteamientos propios, ya que quizás esa primera idea que se nos viene a la cabeza podría no ser la más acertada y un replanteamiento de la misma nos puede hacer cambiar radicalmente sin ni siquiera recibir información externa. Ahí reside la eterna lucha eterna de cualquier persona consigo mismo y causa de muchos desvelos cotidianos.

En lo referente a los posicionamientos políticos, aunque parezca tan de perogrullo, resultaría inútil pensar que un gran empresario apoyase a partidos que se posicionan claramente a favor de los trabajadores, o que una masa proletaria votase mayoritariamente a partidos que defienden los intereses de una oligarquía en cuyas manos está la mayor parte del capital. Sé que en esta última frase peco tremendamente de ingenuo y que la realidad me contradice con bastante contundencia, pero a veces la ingenuidad es sana. Todas aquellas personas que creen que sólo hay una forma de hacer las cosas y que un único partido podría hacer las cosas bien, probablemente estén demasiado cerca de ideas totalitarias y no hace falta que recordemos los problemas que esto ha traído a lo largo de la historia. Por tanto, la idea que yo planteo es que los equilibrios de fuerzas, no siempre 50-50, sea lo que trate de ayudar a una convivencia más sana y una búsqueda del bien común. Ese equilibrio debería basarse en un reparto en función de la cantidad de población que haya en cada uno de los sectores defendidos por cada partido.

Y claro, dicho lo anterior, parecería muy sencillo todo, pero obviamente no es tan fácil. Ocurre que en la mayor parte de las ocasiones las famosas etiquetas que tanto daño hacen en cualquier ámbito de la vida nos posicionan en un lado o en otro de una hipotética balanza. Pero lo peor de todo es que eso no ocurre sólo con las personas, sino con las propias acciones políticas. Hay numerosísimos ejemplos de estupideces cometidas en nombre de una ideología o una corriente política, en ocasiones influenciada por grupos de presión que por intereses méramente económicos han conseguido cambiar lo que debería ser incuestionable. Pondré un ejemplo que me parece evidente y sinsentido. A día de hoy casi nadie se cuestiona el problema del cambio climático y la necesidad imperiosa de cambiar el modelo de producción energética, básicamente porque no deseamos que las generaciones venideras acaben achicharradas y sin tener nada que llevarse a la boca porque la tierra ya no puede producir lo que necesitan para su sustento. Y como ejemplo, España, un país donde "por sol no será" y viento tenemos todo el que queramos, es una estupidez seguir quemando combustibles fósiles o jugando con elementos radiactivos que cuesta milenios almacenar. Sí, efectivamente tiene que haber una transición progresiva que proteja los puestos de trabajo que dependen de esos modelos y no "matar moscas a cañonazos", pero es algo que hay que hacer obligatoriamente y con una relativa celeridad.

Es por ello que pienso que la mayor parte de la política se hace a golpe de ideología y no de pragmatismo. Lamentablemente este no es sólo un problema local en España, si no global, y deberíamos afrontarlo como especie. Con todo este discurso no estoy haciendo una defensa de la tecnocracia, pero sí de pensar qué es lo más lógico y beneficioso para todos. El problema surge en que los partidos hacen un uso intensivo del marketing, las encuestas y otras herramientas que les hacen llegar mucho mejor a la ciudadanía, pero no para que entiendan la postura que defienden, si no que les voten aunque vayan en la dirección contraria. Por ello, cada persona debería reflexionar profundamente sobre qué partido está más cercano a su forma de entender la vida y su manera de vivir, más allá de los eslóganes, carteles y mítines. Sobra decir que, si cada uno desea que su partido gobierne imponiendo sus ideas y "aplastando" al adversario está sembrando el terreno para que ocurra lo contrario cuando la tortilla se vuelva. Por ello, la aspiración debería ir dirigida a que cada uno tenga la representatividad adecuada y la negociación ayude a equilibrar la sociedad para que todos podamos disfrutar de la dignidad que como individuo merecemos. Parafraseando al gran José Luís Cuerda, "Alcalde: todos somos contingentes, pero tú eres necesario", ese alcalde debería ser un empleado de la ciudadanía que se encargarse de gestionar el mandato del pueblo, canalizado a través de los acuerdos alcanzados por los representantes de cada uno de los sectores de población. De lo contrario estaríamos en una especie de totalitarismo blando encubierto por las ideologías. Por tanto, un poco más de pragmatismo y menos ideología.