Un sueño
Hace unas cuantas semanas me preguntaba qué era Europa para mí. Más que hacer una especie de balance de lo que es actualmente, traté de hacer un ejercicio de memoria para recordar lo que suponía nuestro continente o, más bien, la unión de los países que la componen, en mi época adolescente. Esa época en la que te estás construyendo como ser humano adulto y en la que todo son incertidumbres pero, sobre todo, sueños por cumplir. Es cierto que la Unión Europea nació mucho antes, pero los que lo hicimos allá por los años ochenta, casi fuimos a la par con la integración de España en dicha unión, y eso supone crecer juntos y que los sueños de los que hablaba se creen a la par.
España en esos momentos era un país con un enorme potencial y, sobre todo, con unas aspiraciones increíbles. Veíamos a Europa como esa parte del mundo cercana a nosotros, pero aún distante en cuanto a oportunidades. La gran diferencia respecto a generaciones anteriores era que, en lugar de mirar hacia el norte como un lugar donde ir a buscar nuestro futuro, era un lugar donde ir a aprender e intercambiar experiencias para regresar y compartir con nuestros compatriotas todo lo aprendido para hacer de este un país más integrado dentro de esa unión de pueblos diversos.
Esa diversidad era una de las grandes oportunidades que brindaba esta unión política. Suponía crear un espacio donde culturas a priori muy diferentes podían confluir para crear un espíritu común mucho más rico. No hay que olvidar que el germen de esta Europa de la que ahora disfrutamos nace como necesidad de pacificar una región anteriormente castigada por guerras fratricidas que podían haber acabado con lo que vulgarmente se conoce como "el viejo continente". Pero el espíritu de unos pocos y sus ganas de terminar con esos enfrentamientos se fue extendiendo entre toda la población para crear el mayor y más exitoso proyecto político de la historia.
Fuimos creciendo y empezamos a ver cómo la dotación económica a distintos proyectos muy bien diseñados, desde la solidaridad de los países que en esos momentos eran más fuertes, para generar cohesión territorial nos fueron abriendo un mundo de oportunidades. Algunas de mis primeras charlas sobre música tradicional se basaban en conectar dos partes fronterizas entre España y Portugal y fueron financiadas con fondos europeos. También mis primeras clases eran impartidas en una localidad también fronteriza -Trabazos, en Aliste- en un edificio financiado con fondos europeos. He visto crecer montones de proyectos gracias a no sólo la financiación, sino a las ideas que se habían planteado desde Europa. Hasta tuve la enorme suerte de disfrutar de una beca Erasmus -uno de los proyectos educativos más importantes a nivel mundial- para ampliar mis conocimientos en Weimar, Alemania. Por supuesto, todo ello, en instituciones públicas que, de un modo u otro, se han beneficiado de la proyección europea.
No puedo olvidar lo que supuso para mí la creación del Euro como moneda única. Aún recuerdo cómo esa nochevieja entre el año 2001 y el 2002, al volver a casa después de las oportunas celebraciones, pasé por un cajero automático para tener mi primer billete -entonces el de 50€ era el único disponible-. Pensar que ya no tendría que volver a cambiar a marcos, francos, escudos o liras y buscar la fórmula rápida para encontrar la conversión al viajar a mis países vecinos, era otro de esos sueños. Por no decir lo que ha supuesto la práctica eliminación de las fronteras entre estos países. Poder ir tranquilamente a comer un bacalao a Miranda do Douro, ir a pasar el día visitando el castillo de Carcassonne con tu coche tranquilamente o bajarte del avión y entrar "como Pedro por su casa" sin que ni siquiera te pidan la documentación, es algo que creo que todavía me pone la carne de gallina y me despierta una sonrisa de felicidad.Sí, sé que puede parecer que uno es feliz con poca cosa -algo que en el fondo es una enorme virtud-, pero para mí y para mucha gente de mi generación esa es parte del sueño cumplido. Creo que hoy en día no valoramos lo suficiente esas pequeñas cosas, detrás de las cuales hay una conquista de derechos y libertades sin precedentes en casi ningún lugar del planeta. Por ello, ahora que tengo el gran honor y la enorme suerte de poder optar a contribuir en el mantenimiento y la mejora de este proyecto, siento la obligación y la enorme responsabilidad de velar porque sigamos soñando juntos, poniendo en valor todo lo conquistado, no perdiendo de vista todo lo que hay por conquistar y cometamos el enorme error de echar todo a perder por el simple hecho de que los sueños nunca son perfectos. Cualquiera que ha alcanzado su sueño en la vida sabe que hay rosas y espinas y que a veces hay que pasar por senderos tortuosos, pero no se puede echar todo a perder por los tropiezos que se van produciendo. Para que el sueño no se convierta en pesadilla -y volvamos a vivir episodios que no deberíamos olvidar jamás- hay que seguir trabajando y luchando para que se convierta en realidad y, aunque no sea perfecto, seremos felices, porque el camino habrá merecido la pena.
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